Lo sabía, sabía que dar segundas oportunidades era poner un punto y final a lo que parecía empezar a arreglarse. Porque ella, no era la misma, no lo era y también eso era lo mejor, para no caer una vez más en la arena.
Siempre salía de las sombras para hacer brillar su estrella, esa que no veía, pero con la que hablaba cuando se encontraba perdida en sus noches en vela.
Se reía de cada error cometido, pero con la cabeza bien alta para que el miedo no le robara los sueños prendidos. Pero era amiga del perdón sincero, de la palabra amable y de los gestos buenos.
No se callaba ante nada ni nadie, nunca, jamás porque ya se había callado bastante y necesitaba gritar aquel dolor acumulado que en el pasado quedó y le perseguía sin más. Ese dolor que lo mismo la paraba un día que al siguiente le empujaba a luchar.
El pasado, aunque pasado estaba le había hecho valiente a la fuerza, enfrentándose a todo, incluso a la más profunda de las tristezas. Se levantaba siempre que veía una oportunidad y empezaba a avanzar para cambiar lo que le atrapaba en la oscuridad de su realidad.
La soledad era amiga y compañera, pero necesitaba un hombro en el que llorar. Alguien que cuando supiese que todo se iba a hundir, agarrase su mano, muy muy fuerte y le dijera que aunque cayeran no la iba a soltar jamás.
Siempre salía de las sombras para hacer brillar su estrella, esa que no veía, pero con la que hablaba cuando se encontraba perdida en sus noches en vela.
Se reía de cada error cometido, pero con la cabeza bien alta para que el miedo no le robara los sueños prendidos. Pero era amiga del perdón sincero, de la palabra amable y de los gestos buenos.
No se callaba ante nada ni nadie, nunca, jamás porque ya se había callado bastante y necesitaba gritar aquel dolor acumulado que en el pasado quedó y le perseguía sin más. Ese dolor que lo mismo la paraba un día que al siguiente le empujaba a luchar.
El pasado, aunque pasado estaba le había hecho valiente a la fuerza, enfrentándose a todo, incluso a la más profunda de las tristezas. Se levantaba siempre que veía una oportunidad y empezaba a avanzar para cambiar lo que le atrapaba en la oscuridad de su realidad.
La soledad era amiga y compañera, pero necesitaba un hombro en el que llorar. Alguien que cuando supiese que todo se iba a hundir, agarrase su mano, muy muy fuerte y le dijera que aunque cayeran no la iba a soltar jamás.