Llega un momento de la vida, en que los hijos nos convertimos en los padres de nuestros padres, por vejez o enfermedad de éstos. Asumir esta etapa no siempre es fácil, pues estamos acostumbrados a verlos llenos de vitalidad, energÃa e independencia.
Cómo prepararse para esta situación o cómo afrontarla si ya está presente, Patty Hansen nos relata su historia:
HabÃa una vez un hombre que se casó con la mujer de sus sueños. Con su amor, ambos crearon una niñita, una pequeña radiante y alegre, a quien el gran hombre amaba mucho. Cuando ella era muy pequeña, él solÃa levantarla, entonaba una melodÃa y bailaba con ella por la habitación, diciéndole:
- Te amo, mi niña. La niñita fue creciendo, y el hombre la abrazaba y le decÃa:
- Te amo, mi niña. Ella se enfurruñaba y decÃa:
- Ya no soy una niña. Entonces el hombre se reÃa, diciendo:
- Para mÃ, tú siempre serás mi niña. La niña, que ya no era una niña, se fue de casa para descubrir el ancho mundo. A medida que se conocÃa mejor a sà misma, conocÃa mejor al hombre. EntendÃa que él era verdaderamente grande y fuerte, porque ahora reconocÃa sus virtudes. Una de ellas era la capacidad para expresar su amor a su familia. No importaba dónde estuviera ella en el mundo; él la llamaba para decirle: “Te amo, mi niña”. Llegó un dÃa en que la niña, que ya no era una niña, recibió una llamada telefónica. El gran hombre estaba enfermo. Le dijeron que habÃa tenido un ataque y estaba afásico. Ya no podÃa hablar y no estaban seguros de que entendiera lo que se le decÃa. Ya no podÃa sonreÃr, ni reÃr, ni andar, abrazar, bailar ni expresarle su amor a la niña, que ya no era una niña. Entonces regresó al lado del gran hombre. Cuando entró en la habitación y lo vio, le pareció pequeño y nada fuerte. Él la miró e intentó hablar, pero no pudo. La niñita hizo lo único que podÃa hacer. Se tendió en la cama, junto al gran hombre. Las lágrimas brotaban de los ojos de ambos, y ella abrazó sus hombros paralizados. Con la cabeza apoyada en el pecho del enfermo, ella pensó en muchas cosas. Se acordó de los momentos maravillosos que habÃan pasado juntos y de cómo siempre se habÃa sentido protegida y amada por el gran hombre. SentÃa dolor por la pérdida que habrÃa de soportar, por las palabras de amor que la habÃan reconfortado. Y entonces oyó, en el pecho de él, el latido del corazón. El corazón donde habÃan vivido siempre la música y las palabras. El corazón seguÃa latiendo tercamente, despreocupado del daño que sufrÃa el resto del cuerpo. Y mientras ella descansaba, se produjo un momento mágico. Ella oyó lo que necesitaba oÃr. El corazón iba latiendo las palabras que la boca ya no podÃa pronunciar… Te amo, mi niña. Te amo, mi niña. Te amo, mi niña… Y se sintió consolada.
La responsabilidad como hijos adultos, es velar por el bienestar de los padres. Aunque no se debiera tomar como una forma de recompensarles todo lo que han hecho por nosotros, sà es un compromiso que deja la tranquilidad del deber cumplido, habiendo entregado todo el amor que durante tantos años se recibió de ellos. Por eso, cuando llega la vejez, es cuando mejor hijo se debe ser, es el verdadero momento de servirles, de ser su apoyo y su mayor fuente de afecto.