Jesús, mientras estaba entre la gente y sus apóstoles, había hecho grandes milagros y contado muchas parábolas para enseñar a los demás.
Aun así, son 5 valores los que quiso infundir al pueblo y que aún siguen vigentes.
El primer valor es el perdón.
“Perdona a tu hermano no 7 veces sino 77 veces”, eso dijo Jesús.
Mediante la parábola del rey bueno y el siervo cruel, Jesús demostró que aquellos que perdonan a su prójimo son perdonados por Dios, pero los que se niegan a perdonar y son malvados, no recibirán el perdón.
“Solamente aquellos espíritus verdaderamente valerosos saben la manera de perdonar. Un ser vil no perdona nunca porque no está en su naturaleza”
Cuando pides perdón por un mal que hiciste, aprendes la lección y tomas conciencia de tus actos.
Cuando perdonas a tu prójimo, le demuestras comprensión, pero también te das la oportunidad de seguir adelante a pesar del daño.
“Perdona siempre a tu enemigo. No hay nada que le enfurezca más”
Si perdonas las faltas de un ser vil, no estarás siendo débil sino más fuerte que esa persona.
No estarás actuando a su nivel, sino que estarás yendo más allá.
Porque quien te hace daño desea que eso te afecte, y si no te afecta, entonces habrá fallado.
“Nunca vaciles en tender la mano; nunca titubees en aceptar la mano que otro te tiende”
Perdonar no es solo un acto de un corazón fuerte; lo es, además, de un corazón humilde.
Porque la humildad requiere fuerza de carácter.
Porque si eres orgulloso incluso ante el perdón, demostrarás más debilidad que fortaleza.
El segundo valor es la gratitud.
Cuando un grupo de 10 leprosos pidió ayuda a Jesús, él les indicó que fueran a presentarse a los sacerdotes para curarse y, en el camino, los leprosos se curaron.
Sin embargo, solo uno de ellos regresó a agradecerle a Jesús mientras alababa a Dios.
¿No eran diez los que quedaron limpios? ¿Dónde están los otros nueve? ¿No ha habido nadie, fuera de este extranjero, que volviera para dar gloria a Dios?”
Nunca des por sentado lo que Dios u otros hacen por ti. Aprécialo como un tesoro.
“Siempre hay que encontrar el tiempo para agradecer a las personas que hacen una diferencia en nuestras vidas”, tal como hizo el leproso que corrió hacia Jesús para darle las gracias.
Cuando enseñas a ser grato de corazón, te abres las puertas a un nuevo modo de ver la vida.
Más humilde, puro y apreciativo de todo.
El tercer valor es la bondad.
Dijo Jesús a sus apóstoles: “Tuve sed, y me dieron de beber. Fui extranjero, y me invitaron a su hogar. Estuve desnudo, y me dieron ropa. Estuve enfermo, y me cuidaron. Estuve en prisión, y me visitaron. Les digo la verdad, cuando hicieron alguna de estas cosas al más insignificante de estos, mis hermanos, ¡me lo hicieron a mí!”
Un acto de bondad puede hacer la diferencia en el mundo por más insignificante que sea.
Cuando eres noble con el hermano, lo eres con Dios.
Pero la bondad más fuerte es aquella que se da hacia el que te hizo daño.
Porque demuestras que estás a un nivel superior que el de esa persona, sin demostrar condescendencia o vanidad.
Así como el perdón, la bondad debe ser bien merecida y bien practicada.
“Benevolencia no quiere decir tolerancia de lo ruin, o conformidad con lo inepto, sino voluntad de bien.”
Voluntad para que todo cambie para mejor.
Voluntad para cuidar de nuestro prójimo.
Voluntad para enseñar a los más pequeños sobre la bondad.
El cuarto valor es la humildad.
“Un buen arrepentimiento es la mejor medicina para las enfermedades del alma” como la soberbia, el egoísmo y la mentira.
Jesús contó la parábola en la que un fariseo ufanaba de ser justo cuando le oraba a Dios, mientras que un publicano se humilló frente a Dios pidiendo perdón.
Así el republicano regresó con un corazón ligero porque “quien se humilla es enaltecido, y quien se jacta de sí mismo, es humillado”
Aprende a ser un buen ganador. Si eres victorioso en algo, siéntete orgulloso, pero sin menospreciar a los demás.
No te burles de los defectos o fracasos ajenos que tú también los tienes.
Acepta con humildad la ayuda de otros que no siempre uno puede enfrentar las dificultades de la vida solo.
“Es imprudente estar demasiado seguro de la propia sabiduría. Es saludable recordarse que el fuerte puede debilitar y el sabio puede errar”
Por eso los sabios son más sabios cuando abrazan a quienes los corrigen y están dispuestos a aprender, y los fuertes se hacen más fuertes cuando entrenan y aprenden de sus derrotas.
Solo los soberbios y los ignorantes rechazan estas oportunidades.
“La humildad es hacer una estimación correcta de uno mismo”
Ten en cuenta tanto virtudes como defectos que hay en ti. No te lamentes como si tus errores definieran tu vida, pero tampoco te jactes como si tus virtudes escribieran tu futuro.
El quinto y último valor es la fe.
Tal como en la parábola del granito de mostaza, tu fe puede, a simple vista, ser diminuta, pero con tiempo y dedicación se convertirá en algo impresionante que deslumbrará a todos.
Si se tiene fe entonces no se necesitarán milagros, porque uno se convierte en el milagro.
“No se vive sin la fe. La fe es el conocimiento del significado de la vida humana. La fe es la fuerza de la vida. Si el hombre vive es porque cree en algo.”
Las estrellas son esas chispas de fe que, si bien por separado no logran ayudar mucho, juntas en una sola imagen pueden guiarte a la victoria.
“Nos hemos de liberar de la falsa idea de que la fe ya no tiene nada que decir a los hombres de hoy.”
Siempre habrá algo grandioso que la fe haga por nosotros si nos empeñamos en ser valientes.
Cuando crees con el corazón y la mente abiertos, te abres a un mundo de posibilidades inimaginables.
“¿Es una fe sincera la fe que no actúa?”
Sin proactividad o el deseo de actuar la fe es frágil, mero espejismo.
Cuando se quiere un milagro no solo se debe tener fe, sino que se debe actuar conforme a esa fe e inspirar a otros para que sea una reacción en cadena de determinación y proactividad.
Aprende a perdonarte y a perdonar a tu prójimo.
Agradece a aquellos que te ayudan y siembra gratitud en los corazones jóvenes.
Practica la bondad sin esperar nada a cambio. La satisfacción de haber hecho una buena obra es suficiente recompensa.
Sé humilde, que el orgullo siempre deje espacio a la modestia dentro de ti.
Y, sobre todo, ten fe. Que tu fe y tus decisiones estén siempre de acuerdo una con la otra.