No sentiste nada al dormir con él. Tú dijiste que sí, que estabas lista. ¿Lo habías perdonado o te sentías solitaria? Volvió a ti, después de que las lágrimas se habían borrado y sólo quedaron los buenos momentos. Fue repetir el mismo mal, creyendo que extrañarlo era suficiente para aceptar sus pecados.
Pero sus manos no eran las que tus piernas
recuerdan, por las que sólo bastaba un roce
para sentir humedad. Eran diferentes para tu nostalgia. Detectas ese gesto, de acariciarte, que más que natural parece el ensayo de un ritual mecánico y sin alma. “¿Soy una más?", te preguntas.
“Si tanto lo esperé en secreto, ¿por qué es tan difícil sentirme a gusto con sus besos?". Abriste tus piernas en señal de tregua, y de esperanza, esperando la resurrección de su amor. Pero el amor estaba muerto, sepultado en el pozo vacío de sus ojos negros.
Lo abrazaste porque tenias miedo. Gemiste para ocultar el horror que querías gritar. Si los besos no fueran una mentira, tal vez sería posible creer que en otro tiempo te amó.
Se vieron con todo el deseo y lujuria. Entonces, ¿por qué te arrepentiste y el asco se apoderó de ti?
Tu esposo te espera con los niños. Debiste quedarte con ellos, debiste no mirar atrás. La memoria de tu sexo no disfrutó sus embates. Te desgarró, al ritmo de dulces poemas que susurró en tu oído, que no alcanzaron siquiera para llamarse nada.
Su eyaculación fue el anuncio de su despedida. Se vistió no sin darte las gracias y un cigarro para calmar tus nervios. Te quedaste sola, desnuda aún, buscando vergüenza en tu rostro tan acostumbrado a fingir. Dejaste de ser tú otra vez. Extraño se sintió sentir tu propio aliento, mirar tu abdomen atigrado y tus tetas caídas. Te sientes fea. Miras el reloj en la pared. Tienes que regresar con tu familia. Ellos te esperaban... ¿Cómo es posible que puedan esperar por ti?
Al volver a casa tu marido te abrazó y te besó. Te miró y le causaste desazón por tu frialdad y el rojo de tu mirada. Esperaba verte contenta. “¿No disfrutaste coger con él?", preguntó sintiéndose mal por ti. No te queda más que mentir, respondiendo que sólo tienes migraña.
"Ojala los celos fueron iguales a su amor" piensas. Entras a tu habitación sin saludar a tus hijos. Respiras hondo y aborreces tu libertad. Aborreces que te permitan follar con tus antiguos romances. Aborreces existir y anhelar el ayer.